Ars Disyecta. Figuras para una corpo-política de Alejandra Castillo (Palinodia, Santiago de Chile, segunda edición 2018)

Por Natalia Lorio1Natalia Lorio es Doctora en Filosofía, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina

“Desear es participar del derecho a desear”
Judith Butler

“Desconfíe de lo bello, porque a menudo es una manifestación rara, es decir, monstruosa, de una civilización”
Marcel Griaule

El libro de Alejandra Castillo  Ars disyecta. Figuras para una corpo-política, lleva a cabo un cuestionamiento de las metáforas que han descrito lo femenino y que se han trazado en el plano de la política y la estética, en un cuestionamiento que toma la forma del quehacer teórico que propone una mirada que se instala más allá de la distinción cuerpo/naturaleza. Desde una perspectiva feminista poshumanista, los cuerpos se narran en ficciones no edípicas, para tramar formas políticas y prácticas artísticas que ponen en cuestión el adentro y el afuera, la intimidad y la exterioridad, las gramáticas de la sexualidad y su inscripción en el capitalismo. Pero, ¿de qué cuerpos se trata? ¿qué significa aquí dar cuenta de estos cuerpos desde el poshumanismo? y más aún, ¿cómo se trama esta corpo-política?

Las figuras de esta corpo-política asumen la potencia de la interrupción y la alteración: de la diferencia sexual, de lo contemporáneo, de las políticas de género. Por ello las figuras a las que remite son: lo cyborg, lo monstruoso, lo queer, lo contrasexual, figuras que fragmentan (cual disjecta membra) el régimen de la representación y la totalización en una pulsación político-filosófico-estética que nos convida a imaginar y a hacer desde y con la precariedad del deseo y los cuerpos. Vale señalar, claro, que el modo en el que nos “convida” a hacerlo está atravesado por la constatación de una gramática en la que se inscribe la matriz de la diferencia, poniendo en marcha una máquina de guerra para fragmentar, soltar, hacer caer la estabilizaciones en torno a lo femenino. La apuesta por esta corpo-política más que presentarse como una política de reivindicación de la mujer da cuenta de ciertas maneras de organizar las evidencias sensibles, la existencia del mundo común y las divisiones que definen los lugares exclusivos para cada uno de los sexos.

Portada del libro

Dice Alejandra Castillo en las primeras páginas de este libro «todo límite nos habla de una política, no hay política sin límite (…) El espacio de lo en-común se constituye precisamente ahí en ese límite donde se abre y cierra un cuerpo. En otras palabras siempre estamos en una organización política estética que genera un adentro del cuerpo bajo la lógica del reconocimiento y, paradójicamente, también un afuera de ese cuerpo que busca interrumpir dicho espacio de visibilidad y reconocimiento. Momento doble que instaura un entre lugar propicio para una política que enlaza en una práctica, en una puesta en escena, tanto la demanda por la igualdad como a su vez la pasión y transgresión de un cuerpo» (p. 11). En este marco, la autora lleva a cabo una serie de movimientos e intervenciones que exponen los higienismos del lenguaje que instauran marcas en los cuerpos, que configuran una forma de hacer política y suponen una imagen adecuada. El movimiento aquí, es hacer frente a esa profilaxis, es decir, se trata de contaminar la imagen, mutar e imaginar los giros posibles de lo común y la política. Repensar la alteridad, los encuadres, la potencia de la performance, la perversión, el motivo de la extimidad, la figura del monstruo, la pospornografía y la metamorfosis serán algunos de los movimientos que tienden puentes para pensar los límites y potencias de la imagen, el arte y la vida, el archivo y el feminismo.

Recordemos a Barthes cuando afirma “no hay proposición más obvia que todo en el universo, en el mundo, la sociedad, el sujeto, lo real está sometido a la forma del conflicto”. Claro que esto vale también para las sensibilidades y gramáticas de lo común: hay una suerte de agonística de la sensibilidad que se juega en un espacio, en una escena (o fuera de ella y que la interrumpe). Sin embargo, la escena puede no adulterar o no alterar nuestra sensibilidad (tan atravesada como está por la lógica inmunitaria de lo mismo, de la diferencia sexual, de los espacios y jerarquías que sitúan a los cuerpos). Al respecto, en el apartado Imagen que aparece en este libro, Alejandra Castillo, retomando a Sontag, señala: “La imagen ´hace algo` sobre aquellos que la observan. Toca, afecta. La imagen devuelve en una multiplicidad de sentidos la trayectoria lineal de la mirada que se posa en ella. En el borde del límite de lo que aquella afirmación mienta, es donde la imagen aparece como falla y alteración, como apertura y performance (…) La imagen se establece en la multiplicidad de orígenes ficcionales que en su propia multiplicidad interrumpen la ficción de la unidad que la imagen recrea” (p. 113). Heterogénesis y heterocronía de la imagen que hace que la imagen siempre sea imagen movimiento. Enmarcar, contextualizar y conmover los marcos de inteligibilidad de esa agonística es otra de las apuestas de Ars disyecta: en este libro lo abyecto, lo obsceno, el fragmento, lo monstruoso y la metamorfosis aparecen para desenfocar esa comodidad de la sensibilidad, trazando límites, señalando fronteras conformadas desde el artificio, conformando una corpo-política.

Alejandra Castillo nos propone pensar una corpo-política desde lo poshumano, es decir, desde una perspectiva en donde el mito humanista está herido de muerte, pero sin dejar por ello de rastrear los sedimentos de dominación construidos desde el humanismo. Desde esa frontera, mirando en movimiento esa frontera, Castillo hace sensible- gracias a una atenta y rigurosa lectura, al atravesamiento e interpretación de obras y prácticas artísticas- el hilo invisible de la trama de la conformación cuerpo/género, ese hilo invisible y firme cuyos efectos configuran la posibilidad de un reparto de lo sensible donde sólo aparecen algunos cuerpos. Las obras, performances, instalaciones y prácticas artísticas (de Hija de Perra, Felipe Rivas San Martín, Gabriela Rivera, Giuseppe Campuzano, Leonor Silvestri entre tantas otras) aquí retomadas son el dispositivo para conmover esa trama de lo sensible. Y el feminismo entendido desde esta sensibilidad disyecta no puede sino suspender los géneros, intervenir en la normalización de ese reparto, trazar un feminismo no humanista.

Así, el feminismo aparece como el nombre de una paradójica política de mujeres que hace extraño el propio nombre de las mujeres, desde este exceso, desde esta extrañeza, desde esta ilimitación volverá extraño el propio nombre de las mujeres y – asegura Castillo- busca transformar, inventar la cultura y en ese mismo acto y por ese mismo movimiento se perturba el propio régimen en el que aparece la naturaleza o lo natural. Cómo no pensar desde este punto en algunos momentos de la obra de la artista argentina retomada en Ars Disyecta, me refiero a la obra de Nicola Costantino titulada El verdadero jardín nunca es verde (2016), una obra en la que Constantino establece una lectura o mejor aún, una intervención a partir de El jardín de las delicias del Bosco, donde la figura de La fuente de la vida es la figuración de lo monstruoso, de un artefacto-animal-vegetal inclasificable: el centro del paraíso es nada menos que monstruoso, mutante, está repleto de cuerpos femeninos/andróginos, transfigurados, trasvestidos. Imágenes que copian y reproducen estos cuerpos, cuerpos humanos con prótesis animales, cuerpos gestantes híbridos que comparten un espacio excesivo. Habitando ese otro espacio, ese otro tiempo edénico -aunque con rasgos apocalípticos- la escena (obscena) ironiza acerca de un edén híbrido: un origen y un orden parodiado en el que no hay sino un artificio en lo natural, no hay sino una construcción (y una construcción violenta) y atravesada por el poder en lo que se pretende ‘natural’. Tal como Castillo retoma respecto a Peletería humana de Constantino, la artista parece decir: lo propio del cuerpo, lo propio de la naturaleza es la alteración. Esta alteración vuelve difícil las taxonomías, instando a traspasar el umbral antropocéntrico, jugando en esa misma partida a traspasar lo ideal de las formas nobles y bellas hacia los fenómenos brutos, lo monstruoso por excesivo.

Nicola Costantino, El verdadero jardín nunca es verde, 2016.

Nicola Costantino, Carteras Hermés de tetillas masculinas, Birkin y Kelly (2007).

Este libro empuja los límites, los cuestiona, pliega y monta pregunta para interferir en las construcciones de sentido (de lo) común: ¿qué lugar hay para la mujer?, ¿dónde está lo femenino?, ¿cómo hacer aparecer un nuevo archivo?, ¿cómo retener o pensar conjuntamente la máquina productiva económica y la máquina productiva deseante?, ¿cómo no ceder a la lógica disyuntiva que nos obliga a escoger entre deseo y reproducción, entre presencia y representación? ¿Cómo desanudar los modos en los que los cuerpos aparecen en el reparto de lo sensible? ¿Cómo dar cuenta de los modos en los que el deseo está atravesado por un a priori ideológico, por un a priori dónde la mirada del cuerpo se da bajo la criba de lo natural? Preguntas a las que sumamos las nuestras: ¿cómo se conforma un archivo feminista y qué implica este archivo? ¿Qué supone conformar un archivo en donde los cuerpos se narran en ficciones no edípicas? ¿Qué desafíos epistemológicos, estéticos, políticos ponen en marcha este tipo de pulsación político-filosófica-estética en donde el deseo aparece puesto en escena no sin dar cuenta de la ideología que lo atraviesa?

Para finalizar, una sugerencia: acaso este libro puede leerse como una suerte de feminario que traza cruces -tan potentes como necesarios- entre cuerpo, política y arte. Feminario que, como una suerte de reconocimiento a Julieta Kirkwood, pliegue en un dispositivo teoría, práctica y sensibilidad: diccionario, y más aún ficcionario, donde las diferentes figuras están atravesadas por miradas posibilitadas desde el arte y desde las mutaciones de la sensibilidad de lo común. Allí donde el cuerpo es una suerte de dispositivo de frontera entre lo político y el arte y se conforma no solo como el espacio éxtimo y precario que somos, habitamos y compartimos sino también como el espacio sensible en donde se traman prácticas de resistencia.

NOTAS
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    Natalia Lorio es Doctora en Filosofía, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina