“Sa(B)ias intercambios de saberes herbales” es un libro que cruza, por un lado, creación, investigación artística y escritura de poesía; por el otro, prácticas territoriales, ecofeministas y comunitarias en las localidades de Rinconada de Parral (Región de O’Higgins, Chile) y El Totoral (Región de Valparaíso, Chile) para así abordar la transmisión de saberes populares y el rescate de tradiciones en torno a la herbolaria o fitoterapia. La publicación establece un diálogo entre dos artistas visuales: Jocelyne Rodríguez Droguett y Andrea Herrera Poblete y dos poetas: Rosa Catejo Rojas e Ingrid Yametti. Sin embargo, más allá del evidente cruce interdisciplinar entre artes visuales, poesía y fitoterapia, este proyecto busca articular vínculos socio-afectivos, conectando redes de agrupaciones de mujeres de zonas rurales, para compartir, comunicar y resguardar conocimientos ancestrales sobre el uso medicinal de las plantas. En el libro propiamente tal, las relaciones visuales, poéticas y didácticas resultantes combinan distintas expresiones propias al campo de la fotografía como registros documentales, cianotipia, foto-bordado y desplazamientos didácticos en forma de poemas inspirados en un hipotético manual de botánica medicinal. Con los lúdicos versos ahí plasmados, aprendemos sobre las propiedades curativas de especies endémicas, históricamente foráneas o actualmente sintomáticas de los extractivismos que habitan dichos territorios, tales como el bailahuén, la lavanda o el eucalipto, entre otros.Después de recorrer sus páginas, se hace imposible no recordar la famosa canción de Violeta Parra “La jardinera”, que, por cierto, se centra más en rituales simbólicos y sociales vinculados a las flores que en usos concretos medicinales de ciertas plantas, solo quizás a excepción de la famosa estrofa que dice:

Cogollo de toronjil
Cuando me aumenten las penas
Las flores de mi jardín
Han de ser mis enfermeras

 

Sa(B)ias intercambios de saberes herbales, 2023

En efecto, el toronjil, conocido científicamente como Melissa officinalis L. es una hierba ya comprobada en la fitoterapia por sus efectos tranquilizantes. Mas, no se trata aquí de crear un tratado oficial, sino más bien de explicar como aquella canción expresa lo históricamente arraigado de nuestra tradición rural en cuanto al uso medicinal de las plantas -para sanar el cuerpo y el alma- que persiste hasta el día de hoy en la cultura campesina y sobre todo, en la crianza materna. Han sido saberes históricamente transmitidos por mujeres y, es más, casi todo el mundo carga con alguna historia o remedio casero familiar, enseñado esencialmente por nuestras madres o abuelas, independientemente hayan permanecido en el campo o migrado a la ciudad. En mi caso, cada vez que me quemaba, mi abuela me mandaba a ponerme una mezcla de papa rallada con azúcar a modo de emplasto sobre las “heridas de guerra” propias a mi juvenil inexperiencia culinaria. Ella me había contado -ya que había crecido en el campo hasta mediados del siglo XX- que cuando pequeña le había caído una olla hirviendo de agua en la cara. Sucedió mientras corría y jugaba alrededor de un fogón y la cocinera prontamente reaccionó al accidente doméstico. Después de bañarla en agua congelada, la sometió a aquella curación de cataplasmas feculentos y azucarados. Mi abuela se jactaba que la quemadura no le había dejado cicatriz alguna y, si no había quedado desfigurada, había sido solamente gracias a los saberes caseros y herbales de aquella mujer de origen huilliche (rama austral de la etnia mapuche). Toda esta medicina popular y ancestral marcó la vida de mi abuela, como la de muchas familias de tradición rural, luego la de mi madre, que tenía curaciones naturales y remedios herbales para casi todos los males. Así fue como aprendí que la infusión de boldo serviría para “calmar los ardores” de las perras en celo; la ruda sería para los dolores menstruales pero si era plantada a la izquierda del antejardín de cualquier hogar serviría para espantar los malos espíritus y protegerse de los ladrones; que las rodajas de papa sobre la frente bajaría la fiebre; la manzanilla calmaría el dolor de estómago; los clavos de olor atenuarían el dolor de encías inflamadas; el eucalipto descongestionaría los resfríos, etc.
No es casualidad que estos saberes sean transmitidos por madres, cuidadoras y criadoras. Se dice que, en muchas culturas al origen eran los hombres quienes salían a cazar y las mujeres en cambio, eran las que se encargaban de recolectar plantas y frutos. Así fue como en la historia de la humanidad, a punta de ensayo y error, surgieron resultados empíricos que permitieron concluir que tales o tales plantas llevaban a la sanación o la muerte. Dichas prácticas permitieron que a lo largo de siglos y milenios se adquirieran conocimientos, que luego pasaron a llamarse oficialmente fitoterapia, por oposición a la farmacología.

Sa(B)ias intercambios de saberes herbales, Fotografía intervenida con bordado a mano. Jocelyne Rodríguez Droguett 2022-2023.

La figura del curandero o chamán solía ver la sanación como algo que no distinguía los límites entre lo corporal y lo espiritual, dónde también influían a veces dioses y fuerzas ocultas o malignas. Los primeros curanderos y sanadores intuyeron que las enfermedades no podían solo explicarse por causas físicas, sino que también por unas invisibles y espirituales. Es más, incluso para quien es considerado hoy como el padre de la bioquímica y la farmacología moderna, Paracelso, el ser humano debía ser entendido como un microcosmos a tratar bajo los principios de la alquimia y astrología, en sintonía con la naturaleza y el orden cósmico. Así, en lugar de seguir las tradiciones medicinales heredadas de la cultura grecorromana a su vez inspirada de la egipcia, planteó que las propiedades curativas de las plantas radicaban en sus principios activos que debían ser aislados por medio de técnicas alquímicas. En otras palabras, las diferencias entre farmacología convencional y medicina natural son categorizaciones relativamente modernas ya que fue recién a comienzos del siglo XX, que el médico francés Henri Leclerc acuñó el concepto de fitoterapia para designar la utilización de las plantas con propiedades medicinales para fines terapéuticos, por oposición a la sintética. Extrañamente entonces, sea desde la cultura chamánica o los orígenes de la medicina occidental, la dicotomía jerárquica entre la práctica “tradicional” versus la “alternativa” no existía tampoco desde una perspectiva de género, aquello que separara el saber doméstico femenino del farmacéutico masculino. En estricto rigor, si entendemos la tradición como una serie de costumbres arraigadas en el tiempo y por factores de antigüedad, los saberes de la herbolaria que se han transmitido de generación en generación como la savia misma que nutre y recorre las plantas, bien podría ser entendida como la verdaderamente tradicional. Es, por cierto, por esta metáfora y juego de palabras entre “sabia” y “savia” que este libro opta por el recurso poético de titularlo “Sa(B)ias”. ¿Dónde está el saber? ¿En qué momento se convirtió en medicina complementaria? ¿En un mero asunto de mujeres?

Sa(B)ias intercambios de saberes herbales, 2023

Decíamos, en algún momento de la conformación de la estructura patriarcal y cultural moderna, la transmisión de saberes sobre las virtudes medicinales de ciertas plantas, permaneció como un patrimonio oral, informal, familiar y esencialmente femenino, generalmente a su vez heredado de pueblos ancestrales. Sin embargo, no parece anodino mencionar que el documento medico más antiguo, descubierto y descifrado a la fecha proviene de la cultura egipcia: es el papiro de Lahun que refería esencialmente a problemas ginecológicos, obstetricia, métodos anticonceptivos, fórmulas para diagnosticar el embarazo y determinar el sexo del feto. Es más, también se encontraban ahí tratados matemáticos y teorías que planteaban el cómo la música influía sobre el cuerpo humano. Nuevamente, el dualismo entre lo científico y lo espiritual, lo sintético y lo natural, lo femenino y lo masculino quedan con ello anulado.

No es entonces casualidad que la OMS desde el año 2002 haya planteado nuevas políticas y estrategias para incluir las denominadas medicinas alternativas en la salud pública a nivel mundial, instando a los países a incorporar estas opciones terapéuticas en sus sistemas de salud, con capacitaciones, regularizaciones, estándares y prestaciones, ya que esta práctica en la realidad supera muchas veces el 70%, como en el caso de Chile. En efecto, la utilización de la medicina natural persiste y se debe en gran parte al difícil acceso a servicios de salud en algunos lugares del mundo, ya sea por factores económicos, geográficos o por falta de infraestructuras o profesionales idóneos. Las terapias alternativas parecen estar viviendo un verdadero renacer y el conocimiento sobre ellas va en aumento en parte gracias a una creciente literatura especializada, estudios que avalan su efectividad  y el desarrollo de internet. Google se ha transformado en un nuevo canal para educarse, reemplazando paulatinamente en las grandes ciudades los saberes transmitidos de generación en generación por madres y abuelas. Mas, algunos saberes familiares no se han difundido del todo y suelen permanecer en la oralidad de la esfera privada. A modo de anécdota, confirmo que, a pesar de haber insistido en el buscador, varios de los conocimientos recibidos de parte de mi linaje materno, aún no aparecen descritos en la red.

Sa(B)ias intercambios de saberes herbales. Cianotipia sobre fotografía digital. Andrea Herrera Poblete 2023

“Sa(B)ias intercambios de saberes herbales” parece justamente ir al rescate de ese patrimonio inmaterial que sobrevive y muchas veces -valga la redundancia- permite sobrevivir en zonas retiradas. Si bien no apunta a ser un manual “oficial”, propone una iniciativa didáctica que es enfatizada al acompañar este libro con un fanzine que destaca los usos de las plantas medicinales más comunes de la zona; el cómo recolectarlas y conservarlas y con la inclusión de un código QR que deriva a una página web denominada sabias-Intercambio de saberes. En resumen, bien podría decirse que “Sa(B)ias” no se limita a ser un intercambio de saberes herbales, sino un proyecto que busca el intercambio de saberes “a secas” de mujeres en zonas rurales: de disciplinas artísticas y literarias, prácticas colectivas y conocimientos individuales, tradiciones ancestrales y rurales difundidas por herramientas tecnológicas y asentadas en la permanencia de un libro. La reciprocidad, el trueque y la colaboración son nociones implícitas en las nuevas prácticas ecofeministas que han surgido en las últimas décadas para repensar el mundo en el contexto de la crisis climática y la deconstrucción del patriarcado, y este proyecto interdisciplinar busca, poética y visualmente cartografiar redes, enraizar y visibilizar lo que otrora era considerado un saber informal, doméstico y periférico: un asunto de mujeres.

*Sa(B)ias intercambios de saberes herbales es un proyecto de las artistas Jocelyne Rodríguez Droguett y Andrea Herrera Poblete y las poetas Rosa Catejo Rojas e Ingrid Yametti.