Por Nicole González Herrera1Historiadora del Arte y Museóloga. Licenciada en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile y Maestra en Museología por la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía de México. Se ha especializado en los estudios de género aplicados al campo de los museos y del patrimonio cultural. Ha realizado diversas investigaciones y exposiciones que rescatan la agencia de mujeres en la escena cultural chilena.
¿Qué es estar herida, qué es morir? Empezar a morir, empezar a perder el aire que se respira, pedirle al cuerpo que respire hondo una vez, sólo una vez más: en esa estrechez, en la intuición de un lugar que comienza a deshabitarse, empieza a conocer de veras el dolor.
Sylvia Molloy (1938-2022).
La demanda por una mirada lúcida en el campo de las artes visuales trae acompañada la instalación de teorías y conceptos que muchas veces quedan encapsulados, por y para una élite cultural apartada de otros fenómenos sociales. Esta mirada, críptica y clasista, se aleja de la posibilidad de abrir nexos contemporáneos entre artistas, obras y públicos. Ahí, la experiencia visual (con su incertidumbre y emoción) se desvanece ante la superioridad de un intelecto y de un lenguaje que termina separando la creación de la vida misma.
La muestra Vías de Extinción exhibida en el Museo de Artes Visuales (MAVI UC) y su correlativo de obras, en cambio, inició con un fenómeno social que nos interpela a todas y todos: el cambio climático. Este presente generacional que compartimos carga con complejidades, que Klaudia Kemper supo identificar y problematizar. La exposición materializa un momento histórico, entre el 2019 y 2023, con obras que invierten la relación entre la vida y la muerte, por ejemplo, esa creencia arraigada de que la vida marca un inicio y la muerte su fin.
En el despliegue general de la exposición, encontramos nuevos imaginarios que batallan ante el incendio y la enfermedad, ante el silencio de un padre que pierde la voz o ante el olvido, la vejez y la muerte de su madre. Kemper produce piezas que logran dis-traer la muerte, porque sí, en esa “pronta” llegada del fin aún persiste la vida. Para indagar más, abordaré la muestra desde una selección de tres ejes: la presencia escrita, el cuerpo y el territorio.
I. Sobre la presencia escrita
Desde retazos de telas y géneros con manchas, arrugas y escritos mnemotécnicos, la serie Trapitas registra la fugacidad de cada momento, y también la pluralidad de ellos, que se superponen y desaparecen ante el manto de lo cotidiano.
Este ejercicio de atender a los múltiples estímulos cotidianos es plasmado mediante gestos que unen materialidad, visualidad y textualidad. La serie documenta las preocupaciones de Kemper en un contexto situado por el enfoque de género, el Estado chileno, la maternidad, la naturaleza y la individualidad. Tópicos y anotaciones son proyectadas para otorgar peso y densidad a esos instantes fugaces que ya son pasado.
En la historieta latinoamericana, Mafalda, una niña adelantaba: “lo malo es que la mujer en vez de jugar un papel ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”,2Mafalda, historieta argentina creada por Quino entre 1964 y 1973. haciendo eco del aparataje social que discrimina y clasifica como inferior al sexo femenino. Ese mismo lenguaje del trapo como residuo es el que recoge Kemper, donde incluso acusa una incomodidad respecto del lugar de enunciación: “No podría osar escribir en un paño limpio, ensuciar su pulcritud con mi caligrafía quebrada – confusa – malograda”. Ya sea en el paño limpio o el paño sucio, para los feminismos de color y las disidencias de Abya Yala no queda otra misión más que crear bajo cualquier circunstancia, o como lo señaló Gloria Anzaldúa frente a la escritura: “para tocar más gente, las realidades personales y lo social se tienen que evocar -no a través de la retórica- sino a través de la sangre y la pus y el sudor” (1980). Otra Trapita de Klaudia exalta con la sentencia: “Esta obra se hizo mientras la vida animal vale nada o casi nada”, hurgando en las profundidades del ecocidio. Por ello, como anhelo, parece urgente cobijarse en el Sumak Kawsay (Buen vivir), filosofía indigenista que convoca la vida en armonía entre lo natural, lo social, lo cósmico y lo espiritual. Ética que, aún en medio de la actual crisis planetaria (Cabnal, 2014), abraza la esperanza de vidas en equilibrio. Sin ánimos de romantizar, “Se pide permiso a la Madre Tierra por todas las acciones destinadas a satisfacer las necesidades de la vida humana, pero que significan una “agresión” a su integridad, como cortar un árbol o matar un animal” (Houtart, 2011). El trapo de Klaudia, desde esta perspectiva, carga una conciencia ambiental que ha sido envuelta en crítica política y comunica la explotación, la cosificación y las desigualdades que acechan a las mujeres y los animales.
II. Sobre el cuerpo social y personal
En sus obras emerge la posibilidad de replantear los acontecimientos catastróficos, a través de la individualidad y la búsqueda por lo propio, en una especie de arqueología de las historias únicas. Los hechos de impacto social, como incendios o devastaciones, son reactivados como capital creativo para las memorias colectivas, intersticios que (nos) permiten tejer lo común: ¿qué senti-pensaste cuando flameaba el fuego en la selva amazónica? ¿qué hiciste ante los propios incendios de Valparaíso y del centro-sur del país? ¿qué cambió de allí en adelante?.
Ante las preguntas sobre la memoria personal, Klaudia ofrece su respuesta artística de un modo íntimo y geo-político, se cuelan palabras, anhelos, mandatos, otros futuros, deseos, rabias e incertidumbres. La contemplación y la acción. En su práctica artística por exponer la subjetividad se cruzan varias claves: la clave de género (una mujer por fuera de los roles tradicionales), del territorio/localidad (identidad migrante y del sur global), la clave ética (política personal a partir de sus experiencias y principios), la performática (el cuerpo latino feminizado y subalterno) y, la lengua (repositorio híbrido entre lenguas occidentales y originarias). La base conceptual de Vías de Extinción recoge estos entramados y cimienta, en perspectiva crítica, una caída del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.
En sus autorretratos y desnudos, a diferencia de los registros de la historia del arte que han sexualizado a las mujeres (Bartra, 2018), o la industria del cine que ha publicitado porciones eróticas de lo femenino, Klaudia representa la totalidad del cuerpo, como un emplazamiento político, confrontacional, incluso exacerbado por la superposición de mapas que actúan como señalamientos de la identidad y la pertenencia. Bosquejar el cuerpo propio e instalarlo en el circuito social y cultural, implica desobedecer diversos mandatos y legitimarlo como el principal territorio de lucha y de defensa para las mujeres. Pero, paradójicamente, los grandes lienzos que cuelgan de la sala, conectan con el cielo y la levedad, no con la tierra, propiciando una fractura al sentido. Una nueva grieta que podríamos interpretar como parte del goce o del deseo, la libertad. Además, por su tamaño, exhiben una fuerza y potencia que se feminiza y se agiganta. Muchas de ellas se apropian del espacio rompiendo el binomio y la sexualización donde sólo lo masculino pertenece a lo público.
III. Sobre el papel del territorio
En la serie de collages Vías de Extinción, que dan título a la muestra, el mapa político (científico, racional, occidental) le cede paso a otras grafías en movimiento, tales como, mapas hídricos, mapas circulatorios del flujo de la sangre, mapas energéticos del cuerpo y sus chakras, mapas linfáticos, claves en la absorción y depuración del cuerpo, las capas de la atmósfera y más. Estas múltiples percepciones y su construcción colectiva van reversionando la noción de extinción, cargada de cambios, transformaciones, oxidaciones y envejecimientos. También colapsos. Las temporalidades humanas, hídricas y geológicas se funden como en “El desplazamiento de las nubes»3Frase inscrita en una de las obras. o en las pinturas más contemporáneas que -llenas de abstracciones- expanden nuestro modo de observar y habitar.
La pieza Abya Yala El Buen Vivir, como ejemplo, articula sobre el papel una serie de conceptos en distinto tamaño. Al centro, dos retratos de cuerpo completo miran de perfil, hacia la izquierda conectado con un mapa invertido del continente, mediante líneas rectas, y hacia la derecha con un profundo entramado vegetal, mediante líneas curvas y azarosas. Desde los pies y hacia los extremos laterales surgen en color rojo dos plantas verticales.
Como señalamos la obra se compone de una red de conexiones no sólo a nivel visual (líneas) y materialidad (collage) sino a nivel de simbolismos donde las jerarquías patriarcales se pierden en el ir y venir de lo relacional y rizomático. La idea de vivir EN PLENITUD, inscrita en el centro y a los pies del cuerpo humano, se instala como otro futuro posible, conector entre dos polos.
Bajo esta sensibilidad localizada en cartografías y territorios, vale plantear los postulados de Kekena Corvalán, artista-activista argentina, que sitúa las disputas productivas del arte contemporáneo en el campo del mercado, pero, las disputas de los afectos en el campo de los territorios. En esa preocupación actual por la Tierra y sus equilibrios, hay una pedagogía del cuidado, una cultura de la vida que desafía y sobrevive a pesar de las heridas.
Corvalán también señala que: “Siempre hacemos política con una exposición, ya que es un relato de imágenes que sale de la imagen y modifica así sus propias condiciones” (2021). De esta forma, la exposición de Kemper, con obras, imaginarios y reflexiones modifica los hechos y manifiesta una nueva soberanía para América Latina, inquietante y desbordante, pero viva. Una América Latina donde nadie se queda sin realidad»4El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), desde Chiapas, sembró y soñó “Un mundo donde quepan muchos mundos”. En Chile, cuna del neoliberalismo, los graffitis callejeros del imaginario multicultural insisten: “Que chimba sería un mundo donde todxs parchemos”.
Bibliografía
● Anzaldúa, Gloria. (1980). Hablar en lenguas. Una carta a escritoras tercermundistas.
● Bartra, Eli. (2018). Desnudo y arte. Bogotá: Ediciones desde Abajo.
● Beauvoir, Simone de. (1987). El segundo sexo. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte.
● Cabnal, Lorena. (2014). Documento en Construcción para aportar a las reflexiones continentales desde el feminismo comunitario, al paradigma ancestral originario del Sumak Kawsay-Buen Vivir.
● Corvalán, Kekena. (2021). Curaduría Afectiva. Buenos Aires: Cariño Ediciones.
● Gargallo, Francisca. (2012). Las diversas teorías y prácticas feministas de mujeres indígenas.
● Houtart, Francois. (2011). El concepto de sumak kawsai (buen vivir) y su correspondencia con el bien común de la humanidad. En ALAI, América Latina en Movimiento, 2011-06-02.
● Molloy, Sylvia. (1981). En breve cárcel. Barcelona: Editorial Seix Barral.
NOTAS
- 1Historiadora del Arte y Museóloga. Licenciada en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile y Maestra en Museología por la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía de México. Se ha especializado en los estudios de género aplicados al campo de los museos y del patrimonio cultural. Ha realizado diversas investigaciones y exposiciones que rescatan la agencia de mujeres en la escena cultural chilena.
- 2Mafalda, historieta argentina creada por Quino entre 1964 y 1973.
- 3Frase inscrita en una de las obras.
- 4El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), desde Chiapas, sembró y soñó “Un mundo donde quepan muchos mundos”. En Chile, cuna del neoliberalismo, los graffitis callejeros del imaginario multicultural insisten: “Que chimba sería un mundo donde todxs parchemos”.